Mientras un corto pero rumoroso grupo de personas extrañas a la investigación científica, multiplica sus cavilaciones, en revistas y diarios, contra el concepto de “razas humanas”, por la sencilla razón de que –según dicen- nadie puede definir exactamente lo que es una raza, la clasificación de la humanidad ha ido, en los últimos tiempos, alcanzando la importancia de un problema central dentro de la antropología, y sus conclusiones se han acercado sensiblemente a las etapas definitivas.
Naturalmente, no se trata ya de las razas de nuestros padres, que se contaban con los dedos de la mano: la blanca, la negra, la amarilla, la aceitunada y la roja. Continúan fieles a esta vieja clasificación los niños de las escuelas elementales, y de vez en cuando la vemos materializad en sendos bustos truculentos, en los escaparates de antiguas librerías escolares.
Esta división quinaria de las razas obedece a dos concepciones hoy insostenibles.