Cuerpos paganos analiza el surgimiento de un imaginario corporal hacia fines de los años cincuenta y traza su recorrido hasta el inicio de los ochenta. Su hipótesis central es que a partir de ese momento, el cuerpo adquiere un valor transgresor o de resistencia que no había tenido hasta entonces. Pero lo interesante de esta hipótesis no yace únicamente en el señalamiento de una novedad, sino en las lecturas genealógicas que ella permite. Según el autor, el cuerpo adquiere por sobre todo una capacidad crítica para, en primer lugar, discutir la tradición hegemónica del modernismo que parecía haber contribuido a consolidar un proceso histórico de modernización desigual y en última instancia autoritario; y para, en segundo término, recuperar ciertas zonas de sentido de esta misma tradición que habían sido obturadas por lecturas posteriores. De este modo, no es casual que —rompiendo con un análisis diacrónico— la primera parte del libro esté enfocada en la coprofagia (o ingesta de materia fecal), propuesta por Glauco Mattoso a fines de los setenta, pues esta se presenta como la devoración de los detritus arrojados por la antropofagia. En este gesto, Mattoso estaría señalando la dificultad de innovar luego del modernismo, pero, al mismo tiempo, estaría marcando la incompletud del proyecto modernista. Es decir, en la medida en que la fecalidad apunta a un aspecto cloacal y oscuro de la modernización —un aspecto destructivo y no nacionalista que el modernismo oswaldiano no contemplaba— develaría simultáneamente el límite del modernismo y el lado oscuro que el milagro brasileño escondía.