Dado que el problema que quiero tratar involucra una exhaustiva reflexión sobre la utilización (o la relación con) del entorno o la naturaleza, sigo un camino que parte de revisar la ecología como disciplina científica, y su articulación (o no) con los movimientos ambientalistas para, desde estos sitios de acción, investigar y movilizar, avanzando sobre los temas que en ambos casos subyacen como problema, y que no terminan de explorarse desde las perspectivas habitualmente aceptadas.
Indago, así, la tradición occidental de pensamiento en cuanto a los supuestos jerarquizantes se refiere, a fin de mostrar los modos en que históricamente se han edificado, tanto las prácticas en relación al uso del medioambiente (criticadas por los ambientalismos), como la producción del conocimiento científico, entendido como base legítima del saber reconocido en nuestras sociedades. Aún cuando haga mención a formas de vida no-humanas o a culturas ajenas a la tradición moderna, dirijo el foco de mi reflexión a las promesas incumplidas de la modernidad occidental, desde una perspectiva a-moderna (tal como la denomina Bruno Latour), quien revisa las expectativas de progreso a la luz de tales proyectos inconclusos. A partir de estos desarrollos inacabados reviso, entonces, las experiencias de los «perdedores» del desarrollo moderno; es decir, de los sujetos que plantean resistencias y alternativas. Indago esas resistencias, no tanto a la luz de las desigualdades económicas sino, sobre todo, desde las falencias de reconocimiento.
A fin de echar luz sobre los aspectos que permitan repensar las prácticas, avanzo con el interés de entender cómo la desigualdad social y la reproducción de esa desigualdad en las prácticas cotidianas, no son independientes de los problemas ambientales. Pongo en evidencia que el modo en que se ha edificado el saber occidental, sustentado en jerarquías que implican diversos ejercicios de dominio, ha llevado a pensar a la sociedad y a la naturaleza como ámbitos aislados o independientes, pero siempre igualmente jerárquicos. Dado este modo de considerar el mundo –presente también en el contexto de globalización actual– la reducción del medioambiente al concepto de recurso es cada vez más profunda. Por eso, tomo como guía el análisis de la problemática dualidad sociedad-naturaleza sobre la que se construyó el pensamiento y la praxis moderna. La escisión antagónica y excluyente de ambos conceptos se asocia a la idea del hombre como el ser de máximo desarrollo, cuya portación de razón permitiría justificar su dominio sobre todo lo no-humano, fundamento último de evaluación de lo nonatural como «diferente» en términos peyorativos o inferiorizantes. Como muestro en este libro, no solo de eso se trata. Por tanto, exploro especialmente el modo en que históricamente se consideró «lo natural» como dependiente y concebido con potencialidades que solo lograría desarrollar en caso de que un ser racional lo dominara. En este orden de cosas, aún en el ámbito humano, los pueblos no-occidentales, los sectores económicos menos privilegiados y la población femenina, fueron algunos de los grupos que quedaron asociados necesariamente a la idea de naturaleza. Dentro de ese marco, examino con especial interés la situación femenina y el peso fundante de la metáfora que liga a la mujer a la naturaleza, no solo para dar cuenta de un problema sectorizado, sino para profundizar en el análisis de la constitución de las formas de dominio y la búsqueda de alternativas. Las mujeres –como oportunamente lo señala la australiana Val Plumwood–, parecemos estar mejor colocadas para examinar y resolver ese antiguo dualismo: podemos hablar y razonar desde la posición de –y en solidaridad con– los que han sido considerados como «la naturaleza». Ese es, en definitiva, el objetivo central de este libro.