El suelo sufre la acción de factores degradantes naturales como fuertes lluvias, intensos vientos, temperaturas extremas, ascenso de capas freáticas salinas, inundaciones, etc. Generalmente estos factores actúan a gran escala y las consecuencias más comunes son: pérdida de suelo por lluvia y/o viento, acumulación de sales y/o elementos tóxicos para las plantas, lixiviación de bases, mineralización intensa del humus, óxido-reducción, cementación, etc.
Estos procesos son relativamente lentos, intermitentes y recurrentes a lo largo de los años. Los mismos adquieren mayor importancia cuando son progresivos e irreversibles (Porta et al., 1999). Cuando la intensidad y velocidad del proceso aumenta, debido a la intervención antropogénica sobre el medio, la degradación se denomina acelerada. En esta situación se aprecia que la gestión humana puede disminuir la resistencia natural del suelo a la degradación y/o aumentar la agresividad ambiental.