Me lleva a presentar esta comunicación a la Academia, el estado actual de incomprensión entre la población campesina, hoy indefensa, y la urbana que orienta la opinión del país. La buena voluntad entre ambas colectividades es obvia, más las separa cierta antinomia circunstante que proviene, casi diría, del contraste entre sus respectivos modos de vida.
Hasta hace pocas décadas, cuando no se menospreciaban las principales fuentes de riqueza de la nación, la influencia del estanciero y de instituciones nétamente agrarias contribuía eficazmente en nuestra legislación rural y ello permitía condicionar las reglamentaciones al medio en que debieron ser aplicadas.
Para dar claridad a mi exposición comenzaré describiendo las características más salientes de ambos tipos de vida, la campesina y la urbana, para poder luego de una rápida visión histórica señalar la importancia de la sociología rural como disciplina necesaria para encauzar los actos de gobierno en su obra de fomento agrario.