Diciembre de 2001. Nuestro país presentaba un escenario confuso, caótico, inquietante, peligroso. El aire se hacía cada vez más pesado. Se habían agotado las palabras, los discursos, las falsas promesas. Llegaba la hora de actuar, de ejercer el derecho a ser vistos y oídos, de demostrar que pese a la crisis aún estábamos de pie y queríamos una Argentina sana, digna, honrada, justa, transparente, despojada de todo tipo de corrupción y clientelismo, atenta a las necesidades y reclamos de sus habitantes, abierta al cambio. La desafinada música de las cacerolas se percibía en el ambiente, el pueblo estaba indignado, y entre gritos, aplausos y golpes secos a los metales intentaba hacerse escuchar en una vorágine de pobreza, indigencia y desocupación crecientes. La Plaza de Mayo volvía a cargarse de significado mientras sus protagonistas se acercaban tímidamente, animándose a demostrar la insostenibilidad del orden vigente. Algo nuevo estaba naciendo. Y la Plaza era cómplice de esa nueva forma de expresión popular. Se configuraba en ella, una vez más, la acción colectiva. Ahora bien, ¿Qué lectura se puede hacer en torno a este fenómeno desde la comunicación? Indudablemente, nociones teóricas como práctica socio-estética, espacio público y dimensión simbólica atraviesan el objeto de estudio. Pero… ¿De qué manera? Los invitamos a descubrirlo en las próximas líneas…