Durante la década del ‘90 y hasta diciembre de 2001, el Estado de bienestar, garante de los derechos básicos de la población y núcleo de integración y creación de una identidad común entre criollos e inmigrantes se ausenta de sus funciones.
De la mano de las políticas neoliberales implementadas por Carlos Menem, el Estado refuerza su poder represivo y es gobernado bajo las órdenes de una lógica privatista.
El incremento de la desocupación; el imperio del “sálvese quien pueda”; la devastación de un sistema educativo excluyente… se traducen en el debilitamiento de los lazos societales que definían al “ser argentino”. Se quiebran, así, los pilares de la pirámide identitaria hasta entonces vigente: ser ciudadano, alfabetizado y tener trabajo.
En ese contexto emergen nuevos espacios de reconocimiento social. Lugares de (re)encuentro y (re)construcción de una identidad nacional que nos convoca cuando la “celeste y blanca”, el rock nacional, el mate, los amigos… aún nos reservan un lugar en el mundo.
Y los medios de comunicación se convierten en protagonistas de esta historia configurando un escenario compartido. El ser nacional ya no se forma en los partidos políticos, en la plaza pública o tras la discusión después de una extensa jornada laboral.
El ser nacional se dibuja en la pantalla de TV, en la primera plana de los matutinos, en la voz del conductor de radio… voceros del humor del pueblo y representantes legitimados de sus intereses.