La historia del Primero de Mayo ha sido canalizada a través de dos líneas generales: o bien se ha utilizado como una oportunidad para realizar una efeméride de las luchas de la clase obrera, esto es, como un acontecimiento notable que merece ser recordado; o bien, como una fecha que permite narrar una apretada síntesis de la historia del movimiento obrero en su conjunto. De la conjunción de estas dos variantes, es que ha surgido un sentido común hegemónico en torno a la celebración del Primero de Mayo. Según esta tradición, “el 1º de mayo habría sido desde 1890 una jornada de protesta y agitación de la clase obrera hasta que el peronismo la transformara en la fiesta del trabajo” (Viguera, 1991:53). Este estudio se propone aportar elementos que puedan contribuir a revisar esta concepción dominante. Para ello, vuelve la mirada sobre las celebraciones que con motivo del Primero de Mayo tuvieron lugar en la Ciudad de Buenos Aires entre 1890 y 1895 para comprobar que esta tradición inventada que contrapone un “pasado violento” a un “presente pacífico” se gestó con asombrosa rapidez a través del prisma peculiar del diario leído por la elite letrada e intelectual de la época, La Nación.