El escenario social actual se caracteriza por significativos cambios, lo que ha derivado en una nueva racionalidad política y económica, tanto en lo que respecta a los sectores dominantes como a la sociedad en general.
La nueva “modernización”2 construye lazos más débiles entre la sociedad civil y el Estado, favoreciendo una cultura más pragmática e individualista. Junto a ello, se desenvuelve un creciente descreimiento en la organización colaborativa como espacio de construcción de alternativas y se impone, como parte de la conducta, el cálculo costo-beneficio. La racionalidad más signada por el autointerés se convierte en el correlato inevitable. De esta manera, la configuración de una sociedad más compleja junto con la declinación de los compromisos colectivos y la pérdida de certezas forja como valor cultural “el estar bien”, la preocupación por el yo. Cambia la constitución del lazo social. La sociabilidad es más voluble y cambiante. Los intercambios conllevan una alta dosis de pragmatismo. La racionalidad de identificación-lealtad es sustituida, en la mayoría de los casos, por la racionalidad-intercambio o costo-beneficio.
La permanencia o la continuidad están escindidas por el fluir de la novedad. Las diferencias se disfrazan de elecciones. La “vida zapping” hace que todo pierda intensidad. La velocidad y la corta duración son el signo de una nueva época.
“Doña Rosa”, como exageración paródica, es la condensación de la idea de que la política deliberativa es un obstáculo y no, un medio. Es, al mismo tiempo, el prototipo de quien sostiene que es ilegítimo cualquier sistema que no ponga en primer lugar la realización de los derechos individuales. Así, la acción colectiva, cuando se produce, se orienta menos por lo político y más por lo socio-cultural. En la acción colectiva no hay un único principio aglutinador.
Se reclaman expectativas concretas. El aumento del autointerés y las determinaciones de demandas más puntuales transforman a la conflictividad en una realidad más compleja y múltiple. Así, las lealtades son más micro y más horizontales.
En este marco, nos enfrentamos al dilema de enseñar a enseñar Ciencias Sociales. Y si pretendemos no inscribirnos en una formación de tipo transmisiva con orientación normativa, básicamente, tendremos que preguntarnos cómo formar sin conformar; cómo enriquecer la formación sin adoctrinar, cómo formar sin esperar la similitud; ¿dónde está el eje?: ¿en el enseñar (privilegia el eje profesor-saber)?; ¿en formar (privilegia el eje profesor-estudiantes)? o ¿en aprender (privilegia el eje estudiantes-saber)? No resulta sencillo aproximar una respuesta. Lo que intentaremos, sin desconocer las actuales configuraciones sociales, es repensar el objeto de la didáctica de las Ciencias Sociales, partiendo del presupuesto de que formar para la enseñanza de un objeto inacabado y en permanente construcción, exige educar en y para una racionalidad que no ponga límites y que traspase la perspectiva cosificada del saber-información. De modo que el problema consiste en pensar un objeto didáctico y una formación que potencie el reconocimiento de lo dado y transforme el límite en contenido y, a la vez, en apertura, para lo cual privilegie la forma de razonamiento sobre las reglas del conocer.