El desafío al que nos enfrentamos como docentes y directivos es evaluar críticamente el potencial de la tecnología educativa para mejorar la enseñanza y el aprendizaje, a la vez que reconocer las cuestiones de equidad y acceso planteados por la desigual distribución de las nuevas tecnologías a lo largo del universo educativo. Un escepticismo saludable acerca de los propósitos de utilizar dicha tecnología no debería malpredisponer nuestro ánimo a buscar caminos adecuados para el diseño, producción e implementación de nuevas formas de tecnología educativa que puedan ayudar a los estudiantes a transformarse en aprendices activos y críticos. En lugar de negarse desde el desconocimiento, los educadores deberían enfrentarse a los desafíos y posibilidades inherentes a la tecnología y encontrar caminos educacionalmente apropiados para usarla, a fin de mejorar la calidad de la enseñanza y el aprendizaje en el aula.