En contraposición a las teorías biologistas o de la genética, provenientes principalmente de algunos centros de estudio norteamericanos, pero también con mucha influencia en países europeos como Inglaterra, las ciencias sociales hoy parecen haber asumido respecto a la construcción del sentido una posición extremadamente culturalista (siguiendo a Hegel, el hombre como la negación de la naturaleza) en la que los afectos como generadores de pensamiento y conductas, son reemplazados en forma demasiado sencilla por el “discurso” (posiblemente a causa de malas interpretaciones del psicoanálisis). Uno de los autores que más ha ahondado en este tipo de estructuras argumentativas es el historiador Ernesto Laclau, cuya teoría hoy es una de las dominantes dentro de la filosofía política. Ya que creo que Laclau comete varios errores al combinar el psicoanálisis y la teoría sobre la hegemonía tomada de Gramsci, es que, leyendo un Freud anterior a los años 20, intento en este artículo, por un lado, deshacer esta forma demasiado fácil en que se contraponen las visiones naturalistas a las culturalistas apelando al “discurso” y al “lenguaje”. Y por otro, poder dar cuenta de las relaciones que pueden existir entre el afecto (un afecto que ya tiene sentido antes que el “discurso” o la palabra) y las relaciones capitalistas.