Llegará un día en que no mereceremos más ser castigados –como el Estado nos tiene acostumbrados–. Esta aserción contiene menos una profecía que una expresión de deseo, ya que no serán las fuerzas de las cosas lo que podrán lograrlo. En todo caso será un pueblo quien lo consiga, que por desgracia aún no tenemos, que debemos buscar; sin embargo este pueblo no lo encontraremos en nuestras democracias. Y es que todavía necesitamos mucho del castigo, y lo que es peor, precisamos mucho del Estado.