El desarrollo de la vida moderna no implicó, tal como se pensó, la desaparición de las religiones, sino más bien su readaptación al nuevo cuerpo social.
A las transformaciones de las religiones tradicionales se les sumaron un sinfín de nuevos movimientos religiosos, entre los que se encuentra la Iglesia Universal, que dan cuenta de la pluralización experimentada por el campo religioso nacional.
Tampoco se dio el esperado repliegue hacia el tratamiento de las “cuestiones espirituales”. Los usos de lo religioso varían de acuerdo a los grupos implicados. Desde la perspectiva de los sectores populares la religión no se encuentra separada de los demás ámbitos de la vida, por lo que incide de manera determinante en la cotidianidad.
La participación en las actividades de estos grupos implica un quiebre en la vida de sus miembros, a partir de la resolución de algún conflicto existencial, transformando a partir de entonces la propia subjetividad.
La operatoria de la Iglesia Universal consiste en una dialéctica entre los textos bíblicos y las bases culturales de los lugares en los que se asienta, lo cual favorece su expansión por el mundo. Por esta razón también se erige en un importante canal de expresión de antiguas creencias que permanecían silenciadas por los discursos dominantes.