La teoría literaria presenta en la última década una serie de reflexiones enteramente nuevas acerca de cómo se produce la canonización de un escritor en una literatura dada y, asimismo, cómo afectan al conjunto del sistema las determinaciones y los procesos de legitimación de un autor dentro un campo literario específico. Lo cierto es que el término “canonización”, venido de la teología, es ya de por sí peculiar en el uso figurado con el que ha pasado a los estudios literarios. Así a partir de la temprana Edad Media, los textos del Antiguo Testamento no originalmente escritos en hebreo, sino mayormente en griego, pasaron a ser considerados extra-oficiales y ajenos a la palabra divina, especialmente después de la censura de San Jerónimo en el siglo IV. Todos los concilios de la Iglesia Católica reunidos a partir de entonces discutieron, por lo tanto, el derecho de figurar en las Escrituras de textos muy populares, como la historia de Judith y Holofernes, a los que se le negaba autenticidad y que pasaron a denominarse “deuterocanónicos” o “apócrifos”. Esos textos en circulación pero considerados espurios no fueron admitidos, sin embargo, en la compilación de las biblias vernáculas a causa de una desautorización venida de una de las figuras claves de la Iglesia. Lo interesante de los textos que se hallan fuera del canon radica en el hecho de que ellos ponían y siguen poniendo en evidencia la fragilidad del sistema de exclusión durante la época escolástica y la arbitrariedad del mismo principio autoritario que la Iglesia ejercía.