Un grupo de estudiantes norteamericanos de ciencia política, que se han sumado al movimiento iniciado por los estudiantes de economía que piden una enseñanza más cercana a la realidad, lo ha dicho con una frase que me parece un principio enteramente válido para los historiadores: “Es el problema el que dicta el método; no el método el problema”. Lo que es inadmisible es que la adopción de una escuela y de una metodología nos lleve a analizar los problemas con ópticas sectoriales que sólo pueden darnos una visión sesgada de una realidad demasiado compleja para reducirla a una perspectiva unilateral.
Con esta retirada a la que me he referido, los historiadores nos hemos alejado de los problemas que importan al ciudadano corriente, que debería ser el destinatario final de nuestro trabajo, para recluirnos en un mundo cerrado que menosprecia el del exterior, el de la calle –justificándolo con el pretexto de que los habitantes de este mundo exterior no nos entienden–, y nos dedicamos a escribir casi exclusivamente para la tribu de los iniciados y, sobre todo, para otros profesionales.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)