Los vínculos entre el anarquismo y las vanguardias de renovación estética fueron casi siempre complejos y contradictorios, según se observa en los debates y antagonismos artístico-políticos con las esferas de lo estatal y contra-estatal a lo largo del siglo XX.
En parte porque los primeros autores anarquistas, además de proponer formas de pedagogía popular apoyadas en las convenciones del realismo, postulaban que en el arte clásico y en su relación con los ciudadanos de la antigüedad y el medioevo podían hallarse modelos para diseñar una sociedad libre e igualitaria, los movimientos libertarios no pudieron asimilar fácilmente los gestos rupturistas e innovadores de las vanguardias. No obstante, en las últimas décadas irrumpieron modalidades de intervención urbana de nuevas generaciones que, por un lado, cuestionaron la noción de qué es arte y por el otro aceptaron distintos niveles de conflicto y coexistencia con el Estado. Estos nuevos movimientos desplegaron banderas aportadas por el anarquismo, en particular, aquella compartida con las vanguardias estéticas que postula que, más allá del dominio de los especialistas, todos pueden ser artistas.