Es un hecho bien documentado, que pocos centenares de grandes corporaciones transnacionales controlan -directa o indirectamente- no menos de una tercera parte de la producción global sumada de todos los países de la tierra, y más que otro tanto del comercio internacional tiene lugar entre las filiales de las mismas, esparcidas por el globo.
Teniendo en cuenta la ola de fusiones y combinaciones entre las empresas gigantes y los frecuentes directorios cruzados de aquellas, el escalofriante corolario de lo anterior es que pocos millares de personas -una por cada uno o dos millones de habitantes- controlan la actividad económica mundial y deciden qué, dónde, cuándo, cuánto y para quiénes, se ha de producir y comerciar.
La situación en América Latina muestra un paralelo cuantitativo similar al que se nota a escala mundial, sobre todo en ciertos campos, como por ejemplo el automotriz.