En el devenir vertiginoso de la realidad social, los jóvenes irrumpen como un movimiento de ruptura visibilizando aquello que no se quiere ver, obligando a pensar lo que se intenta evadir y haciendo oír lo que se quiere acallar: la comunidad es “hablada” a través de las prácticas y representaciones de los jóvenes. En este sentido, la juventud emerge como figura política, en tanto que los jóvenes son vistos como metáforas del posible cambio social en contradicción conflictiva ante un cierto orden perpetuado en la cotidianidad de la vida colectiva.