No debería pasar desapercibida la estrategia de construcción política implementada por el kirchnerismo, que implica sostener un fuerte anclaje en el plano simbólico. Así, la construcción de un ente mítico, por caso, la figura de Néstor Kirchner, se erige como el significante en torno al que se articula una innumerable cantidad de demandas que, en otro contexto, con otras reglas y desplegadas en otros escenarios, podrían llegar a ser incluso, inconciliables.
Por su parte, todo lo que no es contenido por el significante mítico quedará por fuera de ese campo de juego precisamente delimitado y, en adelante, será denominado oposición.
Encontramos, así, el segundo significante imprescindible para constituir la relación hegemónica. No existiría Néstor, de no encontrarse latente la amenaza de la oposición. Aquí vemos como este último término engloba, a su vez, numerosas identidades políticas, muchas de las que presentan programas y demandas absolutamente contrapuestos.
De esta manera, y continuando con la afirmación de que, desde su advenimiento, el kirchnerismo ha propuesto librar la “batalla” preponderantemente en el plano simbólico, encontramos una serie de dispositivos que confluyen en la conformación de un Pueblo y en el mismo proceso, en forma antagónica, de un Antipueblo.