“La ‘cultura popular’ supone una operación que no se confiesa. Ha sido necesario censurarla para poder estudiarla. Desde entonces, se ha convertido en un objeto de interés porque su peligro ha sido eliminado”, escribe Michel De Certeau; y agrega: “es en el momento en que una cultura ya no tiene los medios para defenderse cuando aparecen el etnólogo o el arqueólogo”. Estas consideraciones son las que abren a una pregunta que desde 1970, desde hace cuarenta años, resuena como un dilema fundamental de las ciencias sociales: “¿existe la cultura popular fuera del gesto que la suprime?”. En esta misma línea de pensamiento se inscriben los actuales trabajos de Pablo Alabarces: “El pueblo no existe como tal, no existe algo que podamos llamar pueblo, no existe algo que podamos llamar popular como adjetivo esencialista, pero lo que existe y seguirá existiendo es la dominación y esa dominación implica la dimensión del que domina, de lo dominado, de lo hegemónico y de lo subalterno. Eso es lo popular: una dimensión simbólica de la economía cultural de lo dominado”; y concluye: “en última instancia lo popular se define por una cosa, y es el conflicto. Si la dominación, estructurada como violencia, simbólica o corporal, instituye lo popular, lo popular seguirá obsesivamente definido a partir de la relación conflictiva con aquello que lo domina”.