Todorov en su libro La conquista de América realiza una distinción entre dos formas de comunicación, una que nos resulta familiar, con los hombres, otra que nos es más extraña, con el mundo: “¿Estaríamos forzando el sentido de la palabra ‘comunicación’ si dijéramos, (...) que existen dos grandes formas de comunicación, una entre el hombre y el hombre, y otra entre el hombre y el mundo, y comprobáramos entonces que los indios cultivan sobre todo la segunda, mientras que los españoles cultivan la primera?”.
Esta distinción nos resulta fundamental en las posibilidades que encierra, ¿en qué se diferencian radicalmente ambas formas de comunicación? La respuesta creemos se encuentra en el interlocutor posible para una y otra, un interlocutor restringido en la comunicación interhumana, un interlocutor amplio en la comunicación con el mundo. ¿Qué significa que en el primer caso exista un interlocutor restringido? Que solamente los hombres son susceptibles de hablar, pero también de entenderse, de sentir, de realizar acciones que responden a un universo simbólico, y que por lo tanto son acciones dotadas de sentido. Desde un punto de vista en el cual sólo prevalece la comunicación interhumana, el mundo es un mundo mecánico, que se presenta como ajeno al hombre. La cultura y la naturaleza forman así una oposición binaria, oposición fundamental en el pensamiento moderno occidental, que construye una cultura en tanto no es naturaleza, en tanto es universo simbólico, producción de sentido, esfera de la verdadera expresión del ser humano, al mismo tiempo que construye una naturaleza cuya existencia se justifica en cuanto sirve al hombre, de allí que todas las relaciones entre un polo y el otro sean relaciones de tipo instrumental, utilitarias.