Una de las tareas de la democracia consiste en garantizar la libertad de los diversos grupos e individuos para tener su propio proyecto de vida, logrando al mismo tiempo que éstos tomen y se sientan parte del desenvolvimiento de la vida en común. La democracia puede concebirse así como una forma particular de convivencia, que valora y busca simultáneamente la diversidad y la unidad. Si la sociedad trata de superar sus diferencias a partir de una concepción única de la “vida buena”, la diversidad sufre en nombre de la unidad. Si, por el contrario, los grupos distintos se limitan a reconocer y aceptar sus diferencias, pero no se comprometen en la construcción común de la vida colectiva, la sociedad tiende a disgregarse en un conjunto de comunidades cerradas: es la unidad la que sufre aquí en nombre de la diversidad. Las minorías, en particular, se verán toleradas, pero no plenamente integradas. La democracia supone, pues, convivir –y no meramente coexistir– en la diferencia.