La crisis actual del sistema de partidos, que al cabo de una década refleja aún los efectos del colapso de 2001, no hace sino sumar un capítulo más a la historia de un problema estructural que ha acompañado desde siempre a nuestro país. En el pasado, los partidos argentinos raramente alcanzaron suficiente gravitación para ocupar el centro del sistema político y actuar como mediadores entre la sociedad civil y el Estado, cumpliendo una de las funciones críticas que se les asigna en el marco de la democracia: agregar los intereses de los grupos sociales que representan y convertirlos en programas y políticas coherentes. Durante buena parte de nuestra historia moderna, otros actores –fuerzas armadas y sindicatos– ejercieron el protagonismo del juego político.