Los procesos socioeconómicos y políticos mundiales del fin de siglo XX configuran el marco para una creciente interdependencia y globalización del sistema internacional con consecuencias sobre las sociedades, en términos de transmutaciones socio-políticas y económicas que influyen tanto en las relaciones y actores sociales como en el Estado mismo. De manera simultánea, se consolida, durante los últimos veinte años, un patrón de crecimiento económico generador de profundas desigualdades sociales y de exclusión de vastos sectores de la población.
La precarización laboral, subocupación y desocupación aparecen como algunas de las manifestaciones palpables de esas transformaciones con efecto traumático sobre la identidad del sujeto, que se sostienen a partir de una crisis social que por su agravamiento muta en un problema de salud colectiva, por la exclusión y expulsión de un sistema productivo que desafilia socialmente a los sujetos de su utilidad pública –como gestores de bienes y servicios-, de su inserción en el consumo, familiar y grupal, a la vez que lo afecta en su ciudadanía como sujeto de derechos civiles, políticos y sociales. Estas consideraciones nos permiten interrogarnos si el sufrimiento psíquico del empleado precario y del desempleado es un nuevo instrumento en la etapa actual del capitalismo que permite obtener mayor cantidad de mano de obra a disposición, en condiciones de explotación.