Una preocupación capital en el terreno de la ciencia social ha estado destinada a los esfuerzos por comprender la constitución del orden social y explicar “¿por qué (hay) lo social?” (De Ípola, 2004). Desde fines del siglo XIX, la Sociología asumió la tarea de dar respuesta científica a esa pregunta legada del Iluminismo, alejándose ya de los postulados referidos a formas variadas de contrato voluntario y de los postulados que acudían a una inexplicable voluntad humana, presentes en autores como David Hume, John Locke, Imanuel Kant, Thomas Hobbes, entre otros.
De modo radical, ese interrogante es (y ha sido) constitutivo de la labor sociológica. La pregunta tácita por el vínculo social (lazo social) produjo en ella un doble y simultáneo origen:
sistémico y accionalista. Por una parte, una perspectiva según la cual la posición de los individuos en las estructuras determina y explica (en primera o última instancia) la acción, proyectos e iniciativas de los agentes –punto de vista sistémico–, y por otra, una concepción según la cual la acción o capacidad de invención de los actores resulta primordial para la comprensión de la estructura, orden o sistema social –punto de vista accionalista–