La categoría de activismo artístico, esbozada por el dadaísmo alemán a principios de siglo XX, es recuperada para definir “producciones y acciones, muchas veces colectivas, que abrevan en recursos artísticos con la voluntad de tomar posición e incidir de alguna forma en el territorio de lo político”. De la original síntesis entre arte y praxis vital anhelada por los vanguardistas en los albores del siglo XX, la articulación entre prácticas estéticas y praxis social hacia fines del siglo XX ha derivado en una subjetivación colectiva emancipatoria a través de la politización de lenguajes donde el arte y la obra ya no son un fin, sino un espacio de prácticas colaborativas intervenciones tácticas en el espacio público e institucional, creación de imágenes disruptivas y disidentes y potenciación de nuevas formas de sociabilidad.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)