La lógica de las Relaciones Internacionales nos marcó durante la segunda parte del Siglo XX que existieron claramente dos superpotencias que prácticamente hegemonizaron el concepto de “poder” en todo el período, los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, quienes se comportaban como “Jefes de Bloque” de dos enormes áreas de división política del Planeta. La desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, pese a la ilusión transmitida por el entonces Presidente George Bush, no evolucionó hacia “diez años de paz, democracia y desarrollo” en el mundo, sino en que el vacío dejado por el contrapoder al hegemón norteamericano no acertó a ser ocupado sino por un actor no estatal que tomaría decididamente un protagonismo como “enemigo público Nº 1” luego del 11 de Setiembre de 2001: el Terrorismo. No obstante lo que antecede, este contrapoder se maneja con principios y lógicas propias, casi imposibles de ser combatidas por el Estado-Nación en su configuración clásica. De esta manera, el Estado tal cual lo conocemos se enfrenta a una realidad preocupante, y en la práctica virtualmente incapaz de enfrentar exitosamente a este nuevo actor, como lo está demostrando la política del Presidente George W. Bush.