Desde 1997 la Argentina reviste la condición de Gran Aliado extra-OTAN de los Estados Unidos. Dicha designación hecha por el ex presidente Bill Clinton ha sido fuertemente debatida, tanto por sus implicancias para el país como para la región en términos de equilibrio subsistémico. Así, nos encontramos con las reacciones de nuestros países vecinos, Chile y Brasil, los que se manifestaron afectados por dicha designación. Sin embargo, la mencionada alianza no ha tenido grandes repercusiones más allá del plano retórico. Un breve análisis de los posibles intereses perseguidos por los estados protagonistas de la alianza nos deja un resultado incierto respecto de los mismos. Asimismo, quedan expuestas intenciones subyacentes, como la pretensión argentina de ingresar como miembro pleno a la OTAN, manifestada tanto antes como después de la conformación de la alianza extra-OTAN. Así las cosas, este “gran éxito” de la política exterior del ex presidente Carlos Menem pasa a ser un fracaso más del alineamiento con EEUU llevado adelante durante los años noventa. De todas maneras, hoy como balance sobre los costos y beneficios de la alianza extra-OTAN puede observarse una suerte de equilibrio, ya que si bien no se manifestaron beneficios materiales tangibles, y de los casos en los que se apeló a la condición de “aliados” no se lograron grandes diferencias, tampoco los costos fueron de gran magnitud. En conclusión, la designación de la Argentina como Gran Aliada extra-OTAN resulta no ser más que el reconocimiento por parte de EEUU a los años de alineamiento, a una política de gobierno, que demostró ser acotada y coyuntural.