El arribo de Vicente Fox a la Presidencia de México en diciembre del 2001 generó una serie de expectativas no solo en la población mexicana, sino en la comunidad internacional.
El bono democrático que daba sustento a la administración foxista, auguraba, en su momento, un periodo de consolidación de la democracia al interior y del liderazgo de México hacia el exterior, específicamente en el contexto regional. El proyecto de política exterior presentado en el Plan Nacional de Desarrollo, así como las declaraciones del entonces Canciller, Jorge Castañeda, fueron generando un clima de desconfianza en los ámbitos regionales, mismo que se agudizaría con el pasar del tiempo, incluso al arribo del Luis Ernesto Derbez como responsable del puesto que dejara vacante Castañeda.
La política exterior errática, los dimes y diretes del Presidente de México con algunos de sus homólogos sudamericanos, y la perdida de presencia en foros regionales parecen haber sido la tónica de una administración que si bien, aspiró a convertirse en “socio privilegiado” de los Estados Unidos, solo logró un distanciamiento respecto a América Latina, y en el ámbito norteamericano la construcción de un muro justo en el último año de la administración de Fox. La separación física en la frontera de México con Estados Unidos, materializada en el llamado “muro de la vergüenza” no ha hecho sino evidenciar el fracaso de la principal apuesta del Gobierno panista.