Sin dudas, el concepto de experiencia ha sido tratado por la educación en general, y por la Educación Física en particular, como una variable determinante a la hora de pensar en la posibilidad de saber. La perspectiva de pensar las experiencias personales como formas exitosas de considerar la enseñanza y el aprendizaje para elevar la calidad de los procesos educativos se ha transformado, sobre todo desde las llamadas Pedagogías Activas, en la matriz fundamental para diseñar la mayoría de los proyectos de enseñanza, lo que indudablemente requiere de una conceptualización profunda del término. En este sentido, Pedro Pagni y Rodrigo Pelloso Gelamo refiriéndose tanto al Pragmatismo como a las Teorías Críticas de la Educación, consideran que “estas perspectivas, van concibiendo la educación o bien como un sinónimo de experiencia, o bien como una tensión con esa forma de aprendizaje y de su expresividad, asociados a la vida y a sus vicisitudes, como un modo, por un lado, de potencializar la vida y, por otro, de indicar la irreductibilidad de la vida en la formación escolar.” (2010: 6) Para Pagni, la experiencia ha sido concebida, desde los comienzos de la Modernidad, como la relación del sujeto con el mundo y consigo mismo, es decir como el medio por el cual comienza a conocer a estos a través de los órganos y los sentidos para, paulatinamente, reconocerse conscientemente, en sus acciones para la reflexión y la adquisición de saberes capaces de mejorar sus posibilidades de expresión en la vida (2010: 14).