Escribo este editorial a pocos días de un hecho que conmocionó a la opinión pública. En una ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires, un grupo de delincuentes intenta el robo de un banco; en el proceso utilizan a circunstanciales clientes y a dos directivos como rehenes para obtener el botín. Es una verdadera tarde de perros. Luego de arduas e infructuosas negociaciones, en las que interviene personal policial y periodistas, los delincuentes sueñan una fuga de novela. Lo hacen en un auto; los rehenes son usados como escudos. Pero la policía de la provincia de Buenos Aires no leyó esta historia y dispara a mansalva. Resultados: dos rehenes muertos, uno herido de gravedad. De los asaltantes, dos mueren por las balas policiales y el otro se suicida en la cárcel días después.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)