Se ha dicho hasta el cansancio: Latinoamérica aparece -sobre todo contrastada con Europa- como «lo otro» de la linealidad iluminista, como el espacio de lo heterogéneo, lo colorido, lo vital, y lo inmediato. Advertido como pura naturaleza que se opondría a la cultura, lo latinoamericano es teñido de una serie de caracteres cuasi míticos: la selva, la montaña, los territorios inmensos y despoblados, lo urbano nunca abarcativo de la población, lo marginal de las ciudades como continuidad caotizada del espacio cultural campesino, las luchas políticas frontales, el reino de la corrupción y del narcotráfico. Una combinación desorbitada de elementos dispares, cuyo factor común es esa imposibilidad de quedar sometidos totalmente a la lógica de la racionalidad sistemática, ese resentir (aún cuando sólo parcialmente, debemos aclarar) a los embates de la técnica y la modernización.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)