Un país dominante ejerce una función hegemónica cuando lidera un sistema de naciones en una dirección que a él le conviene y aún así, es percibido como buscando el interés general. En la conceptualización gramsciana de Hegemonía, siempre se hallan presentes dos elementos: coerción y consentimiento. Todas las estrategias hegemónicas que se han sucedido, siempre estuvieron constituídas por fuerza (o amenaza de uso de ella) y por un liderazgo moral e intelectual. Añadiríamos a este concepto, el que desarrolla Giovanni Arrighi en “O Longo Século XX”, el autor va más allá de la idea de gobierno y liderazgo para sostener que “históricamente, el gobierno de un sistema de Estados soberanos siempre implicó algún tipo de acción transformadora, que alteró fundamentalmente el modo de funcionamiento del sistema”. En este sentido, después de la Segunda Guerra Mundial, la hegemonía estadounidense se manifestaba también como “dirección intelectual y moral”, es decir como capacidad de universalizar una concepción del mundo, que surgida como respuesta a las particulares condiciones prevalecientes durante el desarrollo histórico del capitalismo norteamericano, -durante la Guerra Fría-, se transformaba en la ideología que justificaba la defensa de la “civilización occidental”. Las presiones ejercidas por EE.UU. para llevar adelante el ALCA nos inducen a reflexionar sobre este concepto, acerca del cual, han surgido profusas discusiones, particularmente en relación al rol hegemónico norteamericano.