La política externa de Benito Mussolini nos muestra costados distintos a los que presentaban las potencias de la época, especialmente para intentar entender los factores que desencadenaron su espíritu imperialista. Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y sobre todo a partir de la crisis de los años treinta, las grandes potencias como Francia y Gran Bretaña, intentan detener el expansionismo territorial, mientras que por otro lado, la Italia fascista pretende anexar territorios para convertirlos en colonias. Mientras que los alemanes no muestran intenciones de incorporar nuevamente los territorios de ultramar perdidos después de la Primera Guerra Mundial, los italianos atacan países débiles para incorporarlos como colonias.
La política exterior de Benito Mussolini se cimentó en el pragmatismo del régimen, fundamentado en cuestiones políticas e ideológicas. Se cambiaban de aliados según las circunstancias, y no se tenía demasiado en cuenta los recursos humanos y materiales con que contaba Italia para poder afrontar los desafíos venideros. Sin embargo, a pesar que sus Fuerzas Armadas no estaban pertrechadas para una guerra de largo alcance, y de no contar con materias primas e insumos, el pueblo italiano creyó en la propaganda fascista sobre la superioridad italiana sobre los países a los que se debía conquistar, y a los que se transformaría en colonias.