Si bien el gran juego político del siglo XIX definió la frontera entre Rusia y Afganistán mediante un tratado firmado por Rusia y el Reino Unido, la vasta región que hoy constituyen las cinco restantes repúblicas de Asia Central fue incorporada a Rusia zarista en sucesivas etapas y en el período soviético dotada por Moscú de límites con funciones puramente administrativas. La sorpresiva independencia de las repúblicas en diciembre de 1991 transformó a esos límites en internacionales.
Lejos de atenuarse, las dificultades de las repúblicas -ahora menos temerosas del poder de Moscú que hace una década-, se han incrementado. A la precaria cartografía imperante se sumaron las consecuencias del caprichoso trazado de sus límites y el hecho del gran porcentaje de población que continúa su modo de vida trashumante. La inflexibilidad mostrada por los nuevos presidentes dificulta la solución de los diferendos y en consecuencia afecta a las relaciones entre los Estados y el control de las actividades comerciales. No menos grave, las consecuencias son delicadas frente a las guerras contra el terrorismo que libran los presidentes y que tanto ocupan a la comunidad internacional y constituyen un argumento más para incrementar la carrera armamentista regional.
Difícilmente se podrá alcanzar la ansiada paz con más armas.