Arabia Saudita se ha consolidado como un actor clave dentro del escenario del -mal llamado- terrorismo fundamentalista islámico, así como en el inestable tablero de Medio Oriente. En cuanto a lo primero, el catalizador fueron los eventos del 11S, cuando se comprobó que 15 de los 19 terroristas implicados en la toma de los aviones estrellados en Nueva York eran de esa nacionalidad. En el complejo entramado del terrorismo islámico contemporáneo, el rol que juegan los saudíes es ambivalente, oscilando entre la financiación indirecta de esa amenaza transnacional, y el padecimiento de sus efectos. Planteado en otros términos, en Arabia Saudita se alternan, e incluso coexisten, las figuras de Estado sponsor y Estado blanco. Ambos perfiles se relacionan con la posición oficial de ese reino en materia religiosa: su adhesión a la variante del Islam sunnita conocida como wahabismo. Y en las dos posturas sobrevuela la imagen de Osama bin Laden. Respecto a lo segundo, la operación militar liderada por EE.UU. en Irak, en el marco de su guerra contra el terrorismo, derivó hacia un ambicioso plan de democratización del mapa de Medio Oriente. Inevitablemente, ese programa influirá en la evolución de un proceso de reformas que inició el régimen saudí con el doble objetivo de revertir su imagen de Estado sponsor, y atacar las raíces que lo han tornado en un Estado blanco. Con este marco, el presente trabajo describe y explica la situación de Arabia Saudita en el escenario de Medio Oriente, con posterioridad al 11S y a la última guerra del Golfo; indicar la probable evolución de ese estado de cosas, y su efecto en el contexto regional.