Dejar de ver en los movimientos políticos islámicos un fenómeno explicable sólo con variables culturalistas, ha sido un gran avance en el análisis de los sucesos medio orientales desde 1979 hasta nuestros días. La posibilidad de ver en esos movimientos una práctica política tanto de resistencia frente a distintas formas de opresión como positiva, es decir detentadora de un proyecto a construir, ha enriquecido el conocimiento sobre el islam político. Sin embargo dentro del medio académico se ha desarrollado una visión políticamente correcta, que comienza con la crítica hacia los argumentos que justifican la hegemonía de Estados Unidos, la política de la derecha israelí, o la jacobina pretensión de universalización de los valores ilustrados de Occidente, y que culmina con una nueva reducción del islam político convertido ahora en una unívoca forma de resistencia. Así, se sugiere la existencia de un único islam que sufre la opresión, o bien es la expresión cultural de sociedades que deben ser respetadas tal cual son, porque cualquier intento de examen o crítica realizados desde occidente es denunciado, por los mismos observadores occidentales como una mirada etnocéntrica que intenta imponer valores falsamente universales. Con esos nobles objetivos, no sólo se condena la invasión norteamericana a Iraq, sino que se justifican atentados contra población civil de países occidentales y se demuestra indignación frente a la prohibición del velo en las escuelas francesas como si se tratara de clubes que no permiten la entrada a quienes no se vistan de manera elegante. Al mismo tiempo que se condena la idea de choque de civilizaciones y se rechazan los modelos multiculturalistas que promueven la guetoización de ciertos sectores marginales de la sociedad, se recurre a análisis e interpretaciones basadas en las diferencias culturales asumidas como derechos humanos. A pesar de las declaraciones en contrario, se adoptan así esquemas multiculturales que terminan promoviendo un diálogo de civilizaciones, tan ilusorio como la idea del choque. Porque el problema con la teoría de Huntington no es el choque, sino las explicaciones basadas en variables culturales que privilegian características esenciales de pretendidas civilizaciones. El llamado a la aceptación del diálogo no resuelve las deficiencias conceptuales de un modelo que sobreestima las variables culturalistas. Pensar el desafío que representa el crecimiento de un islam político que trasciende la nacionalidad, la etnia o la clase, requiere entonces volver a pensar los problemas de los orígenes de la identidad y rediscutir las diferencias entre sociedades multiculturales o sistemas de expresión pluralistas. Todavía es imprescindible, entonces, para los intelectuales que pretendemos resistir las interpretaciones hegemónicas, la búsqueda de nuevos espacios entre el islam y la pared.