Desde los comienzos de la década de 1980, la experiencia iraní era la única a nivel planetario. Desde siempre, los sectores shiítas de la región esperaban alguna posibilidad de convertir sus respectivos Estados en similares experimentos. En Líbano, desde 1982, la existencia de un Partido de Dios que participa cotidianamente de la vida política, se convierte en algo extraño, porque lo común es que los sectores shiítas sometidos a la voluntad de gobiernos sunníes no puedan manifestarse. Es lo que sucede con la inmensa mayoría Shiíta del sur iraquí, a la que el ex gobernante Saddam Hussein reprimió sin piedad durante más de veinte años, la mitad de los cuales con el aval occidental. La promesa norteamericana de instalar en Irak un sistema político similar al que en Occidente sig-nifica “una persona, un voto”, ilusionó legítimamente a los sectores shiítas, quienes comenzaron a sentir el vértigo de que, a corto o mediano plazo, podrían ser gobierno en su propio Estado, instalando un sistema político similar a su ideal, esto es, la República Islámica de Irán. Cuando el Presidente Bush advirtió que no permitiría la instalación de una experiencia similar a la iraní, la violencia fue la lógica respuesta; así las cosas, hoy estamos en condiciones de decir que más temprano que tarde, la existencia de una mayoritaria población shiíta en el sur de Irak, tendrá que devenir en la necesaria contemplación de dicha realidad en cualquier tipo de gobierno que aspire a controlar un Irak que, a ojos de Occidente, pueda ser catalogado de “democrático”.