La interpretación es siempre patrimonio de un sujeto interpretante, aun se proponga éste –y románticamente–, renunciar a su propia identidad para perderse, diluirse, en el espíritu o las intenciones estéticas y técnicas de una obra, de un autor.
Más allá de que los maestros se desvelen por lograr en sus discípulos esta transparencia para con un creador, la misma resultaría imposible de establecer por razones intrínsecas de diferente orden: desde los aspectos atinentes a la motricidad del individuo, las condiciones acústicas de los instrumentos y de las envolventes espaciales, hasta los niveles cognitivos y emocionales de la estructura intrapsíquica del intérprete, con lo cual, y en consecuencia, la versión resultante cobra recortada y clara entidad en el sujeto que se vuelca sobre el autor.
Tal vez haya obra acotada a límites, haya sujeto creador, haya una historia de la interpretación (que aun no se escribió del todo) que señale estilos y preceptos, pero el emergente es la misma, posible e infinita interpretación de un intérprete.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)