Los retos que tensionan la figura del arte en el cambio de siglo provienen de muy diversos movimientos. De un lado se halla su contradictoria relación con la masificación estructural de una sociedad en la que la homogenización inevitable de la vivienda, del vestido, de la comida, se entrelaza con una compulsiva búsqueda individual de diferenciación en los gustos y los estilos de vida. A su vez, el nuevo sensorium tecnológico conecta los cambios en las condiciones del saber con las nuevas maneras del sentir, y ambos con los nuevos modos de juntarse, esto es, con las nuevas figuras de la socialidad, produciendo un emborronamiento de las fronteras entre arte y ciencia, entre experimentación técnica e innovación estética.
De otro, la formación y expansión de una cultura-mundo replantea tanto el sentido de lo universal como de lo local; pues el movimiento de mundialización de las sensibilidades y el contrario pero complementario de fragmentación y liberación de las diferencias, han hecho estallar el horizonte cultural común que sostenía la dinámica de enraizamiento y proyección del arte. Ahora las relaciones entre las culturas pasan por unos modelos de comunicación entre los pueblos que provienen de las tecnologías y los mercados. Y, por otra parte, se ensancha la relación arte/ diseño replanteando el sentido de la interacción entre estandarización e innovación estética, entre racionalización y experimentación, entre formas culturales y formatos industriales, exigiéndonos pensar la convergencia digital como dimensión constitutiva del entorno cotidiano y fuente de nuevos lenguajes.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)