Desde la caída de Saddam Hussein, Irak que ya estaba soportando estoicamente la desgracia de verse invadido por fuerzas de ocupación que dieron por tierra su derecho a la autodeterminación, experimenta día a día la quiebra de su economía, debido a la corrupción, la violencia destructiva y la mala administración generalizada.
La corrupción que existe en todos los niveles, hacen responsable en este asunto, tanto al actual gobierno iraquí como a las autoridades de ocupación, incapaces de proteger su propio presupuesto e impedir que les roben sus fondos.
De la ínfima ayuda externa que llega (a pesar de que donantes internacionales anunciaron el envío de miles de millones de dólares para proyectos de reconstrucción), la mayor parte va a parar a los bolsillos de funcionarios corruptos, quienes pretenden compensar el déficit reduciendo subsidios y suprimiendo paulatinamente las raciones alimenticias con las que cuentan muchos de los iraquíes pobres para sobrevivir.