Tradicionalmente en la Argentina los estudios literarios coloniales han ocupado un lugar periférico, marginal en relación con los intereses de la crítica. Si fue aquí donde, en el siglo pasado, vieron la luz las contribuciones filológicas e historiográficas de Ricardo Rojas (1946) y Mario Alberto Salas (1944, 1959 y 1960), las ediciones, aún hoy definitivas, de las dos partes de los Comentarios Reales del Inca Garcilaso por Ángel Rosenblat (1943 y 1944) y de la Historia de los Incas de Sarmiento de Gamboa (1947), y también se debe a un argentino, Enrique Anderson Imbert, la Historia de la literatura hispanoamericana (1954) en la que se confiere un estatuto específico a la literatura colonial, lo cierto es que los estudios coloniales despertaron un interés menor entre críticos y especialistas (así como entre lectores), al menos hasta la década de 1970. Más tarde (y tras una era de trágicas dictaduras en Latinoamérica), los debates en torno al Quinto Centenario, entre mediados de la década de 1980 y la década de 1990, constituyeron un nuevo hito en torno al cual se reconfiguraron los estudios coloniales hispanoamericanos y se insinuó el comienzo de un “cambio de paradigma”, como lo denominó Rolena Adorno.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)