Pocas experiencias me resultan tan intensas como la experiencia literaria. Los recuerdos que tenemos de nuestras propias lecturas nos ayudan a construir una memoria personal y, al mismo al tiempo, ajena, llena de escenas ficticias que no nos pertenecen pero que integramos en el gran género híbrido de nuestra vida. Ricardo Piglia recuerda que a veces los libros que nos marcan no son los grandes clásicos, ni siquiera los más importantes que nos mandaron leer en la escuela, pero recordamos el momento justo en el que lo leímos, si estábamos tumbados en el sofá o sentados en el escritorio, si era medio día y el sol entraba por la ventana o si nos dejamos la vista, aquella noche, bajo la luz de lámpara. El recuerdo del primer contacto con la lectura o de esa primera lectura que hizo que algo dentro de nosotros mismos ya no fuera igual y se nos antojara el mundo algo más luminoso y revelador. La lectura como una epifanía es algo, creo, que tiene que ver directamente con la tensión que existe entre la enseñanza y la vida; entre la formación y la experiencia.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)