En los primeros meses de 1997, un grupo de cinéfilos de la ciudad de Valparaíso, Chile, comenzó a diseñar el programa de lo que primero se llamó Semana Internacional de Cine de Valparaíso y, luego, Festival Internacional de Cine de Valparaíso. La idea no era hacer un festival más, homologando a los ya existentes. Tampoco se trataba de buscar una originalidad por decreto. En tiempos en que el video electrónico aparecía como el anuncio de una nueva era para la cinematografía, propiciar una línea curatorial archivistica y patrimonial se entendía como una afirmación de fe en los parámetros clásicos de la imagen en movimiento. Ya el auge de la cibernética ratificaba también la volatilidad de la percepción fílmica. Rescatar materiales pertenecientes a los archivos de las filmotecas internacionales era una forma de fijar ciertas señales de ruta en medio de los vertiginosos cambios de fines de siglo.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)