A mis 18 años, el 2 de abril de 1982, desembarqué en Malvinas como parte de la fuerza de recuperación militar argentina. Era colimba, aquellos remedos de soldados a los que nos hacían correr-limpiar-barrer. En el pecho llevaba la absoluta incertidumbre del miedo, de la incomprensión, del desconocimiento, de la incredulidad. Ojalá hubiésemos ido unidos, o al menos organizados.