Un buen día, después de vanos intentos sin éxito por hallar lo que buscaba, encontré una colección de viejos sonetos, papeles, páginas, esbozos y otras particularidades del desorden, la indisciplina y la (buena) bohemia.
Me di a la tarea de corregir algo, ordenar los hallazgos -al modo de un arqueólogo-, sofrenarme en mis ímpetus de mandar todo a paseo y detenerme luego por respeto a las personas que en determinado momento ocuparon mi atención.
Penetrado del (escaso) valor literario que tenían y tienen esas cosas viejas y otras de los últimos tiempos, tales como sonetos, homenajes, estudios, reconocimientos, discursos y otras tareas que me demandaron, a su turno, alegrías, tristezas, desvelos, preocupaciones y renovado respeto por las personas y las cosas, me di a la tarea de las aludidas correcciones y ordenar y completar las piezas, agregando los que después vinieron (confirmando que algún otro valor tenían y tienen).
De todo ello, salió este libro que abrigaba in mente hace tiempo, el que dividido en dos partes, contiene la primera catorce capítulos, y la segunda, veintidós. Del por qué este procedimiento. No lo sé, realmente; salvo que en la primera parte están exclusivamente personajes (hombres, seres humanos, personas) que han muerto, excepto uno de los Mendióroz; en tanto que, en la segunda, muchos viven, por suerte, pero además he incluido entidades o instituciones, como un tribunal de justicia y un taller poético, así como ciertas generalidades a argentinos y políticos.