Cada animal, por el sólo hecho de tener memoria, posee una personalidad propia, y las bestias -los vertebrados por lo menos-, gozan de una libertad de la misma naturaleza que la nuestra. Como nosotros, se dirigen hacia un fin determinado. Por consiguiente, no es posible negarles -como lo hacen unos pretendidos filósofos ignorantes de la biología animal- un cierto número de derechos.