La arquitectura instaurada como la única real y posible por obra del poder y de la falta de Contestación ha impuesto su trama de valores como discurso represor, inhibidor: deslegitima a priori lo que se esté pensando de distinto y censura que se lo diga.
La primera acción liberadora es, entonces, atreverse a decir lo que se está pensando, romper el pacto de silencio, desmentir. Disentir aunque con ello se incurra en el sacrilegio, en la ofensa a las deidades investidas con los atributos del bien general, la cultura y el progreso.
Aceptar que lo que estamos deseando es válido.
Pensar a contrapelo. Darle voz al deseo y volverlo convicción.
Pues es concebible otra cultura arquitectónica, expresión de un ideal que la ocupación oficial del espacio ha frustado; una cultura arquitectónica en estado de latencia, sólo manifiesta en los gestos y el mirar de un sujeto disconforme y capaz de imaginar otro paisaje. Y realizarlo.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)