En la reflexión sobre el patrimonio cultural y su conservación un aspecto inexcusable aunque poco frecuente es la puesta en evidencia del sujeto, del depositario real del sistema de valores y creencias que asigna uno u otro sentido a cada comportamiento respecto del monumento.
En toda confrontación de teorías de la recuperación se están confrontando, de hecho, matrices culturales diversas, generalmente encubiertas cuando no decididamente inconscientes: subjetividades diferenciadas. Si toda intervención sobre el patrimonio es inevitablemente polémica, no lo es por otra causa que por la inevitable diversidad cultural de los agentes sociales: sujetos, o sea estructuras simbolizantes, heterogéneas e irreductibles. Proponer es, fatalmente, tomar partido por una de las comunidades culturales cohabitantes. Intervenir es, fatalmente, imponer o declarar la guerra.
Exhibir aquellas matrices, volverlas conscientes, no necesariamente salva del enfrentamiento; pero, como todo verdadero análisis, habilita a comportamientos más maduros y da argumentos a la negociación civilizada. En esta hipótesis descansa mi abordaje de la recuperación del patrimonio, consistente en desclandestinizar al actor de tal recuperación.