Nadie, excepto un profesional de la muerte, hubiera podido adivinar que ese hombre miope, apacible, apenas un profesor jubilado con un sombrero de paja, que discurría entre la muchedumbre de la estación ferroviaria, era Neurus o Esteban, el jefe de inteligencia de Montoneros. Incluso a los ciudadanos bien informados les hubiera costado asociar aquellos alias clandestinos con el escritor que había brillado en los sesenta como el investigador riguroso de Operación Masacre y el cuentista admirable de Los oficios terrestres: Rodolfo Walsh.